I. El aseo es una gran base de estimación social y contribuye poderosamente a
la conservación de la salud. Nada hay, por otra parte, que comunique mayor grado
de belleza y elegancia a cuanto nos concierne, que el aseo y la limpieza. Los
hábitos del aseo revelan además hábitos de orden, de exactitud y de método en;
los demás actos de la vida.
II. El aseo en nuestra persona debe hacer un gran papel en nuestras diarias
ocupaciones; y nunca dejaremos de destinarle la suma de tiempo que nos
reclame, por grande que sea la entidad y el número de negocios a que vivamos
consagrados.
III. — Así como no debemos nunca entregarnos al sueño sin alabar a Dios y darle
gracias por todos sus beneficios, lo que podría llamarse asear el alma, tratando de
despojarla por medio de la oración, de las manchas que las pasiones han podido
arrojar en ella durante el día, tampoco debemos entrar nunca en la cama sin asear
nuestro cuerpo, no sólo para la satisfacción que produce la propia limpieza,, sino a
fin de estar decentemente prevenidos para cualquier accidente que pueda
ocurrimos en medio de la noche.
IV. — Al acto de levantarnos, luego que hayamos llenado el deber de alabar a
Dios y de invocar su asistencia para que dirija nuestros pasos en el día que
comienza, asearemos también nuestro cuerpo, todavía más cuidadosamente que
al acostamos.
V. — Es posible que alguna vez no podamos asearnos bien antes de entrar en la
cama, porque el sueño o cualquier otra circunstancia propia de la hora nos lo
impida; más al levantarnos, no lo omitamos jamás. Entonces nos lavaremos la
cara con dos aguas, los ojos, los oídos interior y exteriormente, todo el cuello
alrededor, etc., etc. nos limpiaremos la cabeza y nos peinaremos.
VI. — No nos limitaremos a lavarnos la cara al acto de levantarnos: repitamos esta
operación por lo menos una vez en el día, y además, en todos aquellos casos
extraordinarios en que la necesidad así lo exija. Acostumbrémonos a usar los
baños llamados de aseo que son aquellos en que introducimos todo el cuerpo en
el agua con el objeto principal de aseamos, o bien los baños de regadera o ducha.
VII. — Como los cabellos se desordenan tan fácilmente, es necesario que
tampoco nos limitemos a peinarlos por la mañana, sino que lo haremos además
todas las veces que advirtamos no tenerlos completamente arreglados.
VIII. — Al acto de levantarnos, debemos hacer gárgaras, lavarnos la boca, limpiar
escrupulosamente nuestra dentadura interior y exteriormente. Los cuidados que
empleemos en el aseo de la boca, jamás serán excesivos.
IX. — Después que nos levantemos de la mesa, y siempre que hayamos comido
algo, limpiemos igualmente nuestra dentadura; pero nunca delante de los extraños
ni por la calle,- pues esto no está admitido entre la gente culta.
X. — Nuestras manos nos sirven para casi todas las operaciones materiales de la
vida, y son por lo tanto la parte del cuerpo que más expuesta se halla a perder su
limpieza. Lavémoslas, pues, con frecuencia durante el día, y por de contado, todas
las ocasiones en que tengamos motivo para sospechar siquiera que no se
encuentran perfectamente aseadas.
XI. — Las uñas deben ser recortadas cada vez que su crecimiento llegue al punto
de oponerse al aseo; y en tanto que no se recorten, examínense a menudo, para
limpiarlas en el momento en que hayan perdido su natural blancura.
XII. — Algunas personas suelen contraer el hábito de recortarse las uñas con los
dientes. Esta es una grave falta contra el aseo, porque, así se impregnan los
dedos de la humedad de la boca, con la cual el hombre fino y delicado no pone
jamás en contacto otros cuerpos que aquellos que sirven a satisfacer las
necesidades de la vida.
XIII. — Es, según esto, contrario al aseo y a la buena educación, el humedecerse
los dedos en la boca para facilitar la vuelta de las hojas de un libro, la separación
de varios papeles, o la distribución d loa naipes en juego.
XIV. — Es también una falta contra el aseo el llevar la mano a la boca al
estornudar, toser, etc. De esta manera se conseguirá, sin duda, no molestar a las
personas que estén delante, pero la mano quedara necesariamente desaseada; y
ambos males están evitados por medio del pañuelo, que es el único que debe
emplearse en semejantes casos.
XV. — No acostumbremos a llevar la mano a la cabeza, ni introducirla por debajo
de la ropa con ningún objeto, y mucho menos con el de rascamos. Todos estos
actos son asquerosos, altamente inciviles cuando se ejecutan delante de otras
personas.
XVI. — También son actos asquerosos e inciviles el eructar, el limpiarse los labios
con las manos después de haber escupido, y sobre todo el mismo acto de escupir,
que sólo las personas poco instruidas en materias de educación creen
imprescindible, y que no es más que un mal hábito que jamás se verá entre
personas cultas.
XVII. — El que se ve en la necesidad de eructar o escupir, debe proceder de una
manera tan cauta y delicada, que, si es posible, las personas que estén delante no
lleguen a percibirlo.
XVIII. — Ya hemos dicho que las reglas de la urbanidad son más severas cuando
se aplican a la mujer; pero no podemos menos de llamar aquí especialmente la
atención del bello sexo, hacia el acto de escupir y hacia el todavía más repugnante
de esgarrar. La mujer que escupe produce siempre una sensación
extraordinariamente desagradable, y la que esgarra eclipsa su belleza, y echa por
tierra todos sus atractivos.
XIX. — Procuremos no emplear en otros usos el pañuelo que destinemos para
sonamos, llevando siempre con nosotros, si no nos es absolutamente imposible,
otro pañuelo que aplicamos a enjugarnos el sudor y a los demás usos que puedan
ocurrirnos.
XX. — No usemos más que una sola cara del pañuelo destinado para sonarnos.
Cuando se emplean ambas indiferentemente, es imposible conservar las manos
aseadas.
XXl. — Hay quienes contraen el horrible hábito de observar atentamente el
pañuelo después de haberse sonado. Ni ésta, ni ninguna otra operación está
permitido un acto que apenas nos hace tolerable una imprescindible o imperiosa
necesidad.
XXII. — Es imponderablemente asqueroso escupir en el pañuelo, y no se concibe
como es que algunos autores de urbanidad hayan podido recomendar uso tan
sucio y tan chocante.
XXIII. — Jamás empleemos los dedos para limpiarnos los ojos, los oídos, los
dientes, ni mucho menos las narices.
XXIV. — No nos olvidemos de asearnos con un pañuelo ambos lagrimales tres o
cuatro veces al día y siempre que se hayan humedecido nuestros ojos por la risa,
el llanto, o cualquiera otro accidente.
XXV. — También limpiaremos con el pañuelo tres o cuatro veces al día los
ángulos de los labios donde suele depositarse una parte de la humedad de la boca
que el aire congela, y que hace mala impresión a la vista.
XXVI. — Cuando al acercarnos a una casa adonde vayamos a entrar, nos
sintamos transpirados, enjuguémonos el sudor del rostro antes de llamar a la
puerta; pues siempre será bien que evitemos en todo lo posible el ejecutar esta
operación en sociedad.
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